Un
autor cristiano decía que si Dios nos enseñara lo que hay detrás de la puerta
que Él nos está invitando a cruzar; lo más posible es que nos resistiríamos a
hacerlo.
En
noviembre de 2020 mi esposa nos retó como familia; y nos invitó a orar por un
milagro. Este milagro era que pudiéramos ir a vivir en Canadá y
de esa manera acompañar a mi madre (Blanca) que en ese año la había pasado
bastante mal a causa de las restricciones por el COVID. En el 2020, ella estuvo
enferma en varias ocasiones y aunque siempre Dios envía personas que la ayudan y le acompañan. Mi hermana no pudo cruzar la frontera durante 11 meses y así animarla.
Entonces,
escribí un email a un amigo de Canadá; pidiéndole una opción para ir allí y
acompañar a mi madre. Él fue muy amable y golpeó las posibles puertas; pero
ninguna se abrió en ese momento. Al releer los correos electrónicos, me doy
cuenta de lo honestos que eran; y también de nuestra disposición a que el Señor
hiciera su voluntad.
La conclusión de este proceso fue que la puerta estaba cerrada y
de esa manera continuamos adelante con nuestra vida aquí en España.
Mi
mamá nunca se enteró de lo que yo estaba intentando. No quería ilusionarla. La
respuesta dependía del Señor y no de nuestro deseo.
Prácticamente dos años después y sin plan alguno con relación a este tema. Mi mamá recibe una llamada donde le preguntan si ella piensa que yo estaría dispuesto a ser candidato para el puesto de pastor de la iglesia. Ella responde que piensa que no; pero les conecta conmigo.
Al enterarme de lo sucedido; la tierra bajo mis
pies tembló; pues recordaba lo que habíamos intentado dos años atrás.
Uno
de los ancianos de la iglesia me llama y le confirmo que mi esposa y yo estamos
disponibles para ser candidatos.
Esa semana mientras ministraba en una iglesia en los Estados Unidos; la señora con quien me hospedaba y con quien orábamos cada mañana me dice que quiere compartir un verso de la palabra conmigo.
Ella leyó Apocalipsis 3:8 que dice:
Yo
conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual
nadie puede cerrar; porque, aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra,
y no has negado mi nombre.
Ella
no entendía lo que pasaba por mi corazón; pero Dios la estaba usando para
hablarme.
Conozco
Tus Obras.
Señor sabes lo que he
vivido, lo que he hecho y lo que no he hecho, mi recostar y mi levantar. Tú lo
sabes.
He
puesto una puerta abierta que nadie puede cerrar.
Señor tú eres el que
abres puertas que nadie puede abrir y cierras puertas que nadie puede cerrar.
Aunque
tienes poca fuerza.
Señor, me conoces y
conoces mi cansancio y a veces la incapacidad que tengo de ir más allá de donde
he ido.
Has
guardado mi Palabra.
Señor, esto me honra y
me siento indigno. Recibirlo de tus labios me hace llorar.
No has negado mi nombre.
Sí Señor. A pesar de las
circunstancias difíciles no hemos dejado de reconocer tu nombre. Gracias Señor.
De
ahí en adelante y a pesar de los cientos de detalles que debemos organizar para
esta nueva etapa, tenemos la paz de Dios.
Dios
llama, Dios equipa y especialmente Dios cuida de las viudas y los huérfanos.
Dios empieza a enjugar las lágrimas de mi mamá quien se desprendió hace 20 años de su hijo, su nuera, los nietos que no vio crecer y los entregó al servicio del Señor.
También hoy de alguna manera siente que le vuelve la vida, después de
casi 10 años de ausencia de mi papá, quien estuvo a su lado y le amó de manera muy semejante a la
manera que Cristo ama a su iglesia.